El inigualable Savoir-Faire de Chanel
Piezas atemporales que expresan con serenidad y esplendor los meticulosos detalles de la delicada y estricta mano, cuyo resultado reúne a la creatividad y la destreza en la Alta Costura. Es así la última colección de Lagerfeld para Chanel, presentada en una atmósfera que evoca la «magia difusa» de la Riviera Francesa, en la lectura de Tender Is The Night, de F. Scott Fitzgerald.
Esta colección Primavera/Verano 2019 abre el diálogo entre el craftsmanship y el paisaje contemporáneo de la moda en la exquisitez de los detalles traídos a la vida por los ateliers. En palabras de Lagerfeld: «sin los grandiosos ateliers no puedes hacer una hermosa colección». Su expertise, junto con los de las maisons d’art, desarrollan siluetas, bordados y acabados que proyectan una nueva dimensión de los looks que confeccionan.
El look más notable del show: el 20, un vestido entallado con una chaqueta tipo bolero, de efecto «trompe l’œil», confeccionado en organza rosa pálido y cubierto por flores bordadas; 250 de ellas flores reales que forman parte de un entrelazado de crochet. La narrativa de este vestido inicia con la interpretación de la première del boceto mediante el patronaje en «écru coton toile».
En paralelo, la maison Goossens –casa joyera original de Gabrielle Chanel–, empuja los límites de la creación con una inesperada combinación de formas y materiales. Sumergen 250 flores reales en una resina transparente que las solidifica y utilizan otras 150 de latón pintadas a mano –en amarillo sus pétalos y rosa su centro–.
Por otra parte, maison Lesage –que se convirtió en parte del Métiers d’art de Chanel en 2002–, se encarga de concebir exquisitos bordados de formas irregulares, casi caprichosas, con la técnica luneville en crochet de hilos de algodón. En esta tarea sobresaliente e inhumana empleó 10 mil tubos, 20 mil lentejuelas y 880 fragmentos de ramos de flores de cristal. Al bordado original y en una labor que tomó 800 horas para su conclusión, se agregaron 350 flores en organza de seda, resaltadas con hilo de algodón; 60 en rafia blanca, 250 flores naturales que se inmortalizaron en resina y 150 de latón. Después esta obra inacabada –que ahora parece contener todo el espíritu de la primavera–, cambió de manos no menos competentes, al atelier Montex, que finaliza el bordado empleando de nuevo la luneville en crochet con otro puñado (de miles) de tubos, lentejuelas y cuentas. Finalmente las piezas de Lesage y Montex son enviadas a los talleres de Chanel para que sus costureras ensamblen el vestido. Los ajustes finales se confeccionaron bajo la aguda y seguro temida mirada de Karl Lagerfeld y Virginie Viard.
La prenda está casi lista, es complementada con pendientes de plumas elaborados por Lemarié y Desrues y cierra el look unos botines de satén rosa creados por Massaro. Apenas colgado y culminado, el vestido ya es un ícono listo para ceñirse al cuerpo. El noº 20 está listo para el show.